Soneto
Fue testigo indiferente el castillo
la noche que mis labios te besaron,
los chorros de la luna nos bañaron
y el viento nos secó con su visillo.
Como quien ve jugar a los chiquillos
los grajos desvelados contemplaron,
que mis manos y tu cuerpo temblaron
en medio de la noche como grillos.
Las estrellas titilando alumbraron
el tálamo improvisado que usamos
hecho con hojas, malvas y cenizos.
Cuando el dolor y el fuego se asomaron
en aquel escenario, demostramos,
la impericia de amores primerizos.
C. Abril C.
De, Migajas de mi esencia
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