Soneto
No percibió que su barba encanecía
ni que su perro apenas ya ladraba,
no vio el reguero de odio que dejaba
por doquier que su esencia se movía.
No vio el terror que su lacayo le tenía
ni el motivo del silencio en su morada,
no vio crecer la soberbia en su mirada
ni que su rostro de arrugas se cubría.
Era grande la altivez que esgrimía,
descomunal la aversión que generaba
y siempre anduvo ganando antipatía.
Hoy la muerte le llegó de madrugada
cuando ebrio de crueldad se disponía
a seguir lacerando su almohada.
ni que su perro apenas ya ladraba,
no vio el reguero de odio que dejaba
por doquier que su esencia se movía.
No vio el terror que su lacayo le tenía
ni el motivo del silencio en su morada,
no vio crecer la soberbia en su mirada
ni que su rostro de arrugas se cubría.
Era grande la altivez que esgrimía,
descomunal la aversión que generaba
y siempre anduvo ganando antipatía.
Hoy la muerte le llegó de madrugada
cuando ebrio de crueldad se disponía
a seguir lacerando su almohada.
C. Abril C.
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